El vino está servido. Los aromas característicos de cada varietal comienzan a invadir la nariz. Malbec, cabernet sauvignon y petit verdot se mezclan en este blend que alegra el paladar. De fondo suena un tango que no logro identificar, pero que vibra dentro de mí y hace que de vez en cuando, casi sin percibirlo, me mueva en la silla.
Puedo imaginarme a Horacio y La Pochocha bailando en medio del salón. Él, alto, con su traje recién planchado y esa sonrisa gardeliana que describe muy bien el escritor. Ella, con sus tacos negros, fijando la mirada en el hombro derecho de su acompañante mientras le sigue los pasos. Los bailarines son los personajes del cuento “Milonga para olvidarla”, de Carpincho, el primer libro de Juan Carlos Virgilio.
Lunfardo, esencia de arrabal, viejos amigos, bares y esquinas inolvidables. Alegría. Eso se lee en las 118 páginas que arman la tercera publicación de la editorial Alto Pogo. “Carpincho será sustancia primordial en el futuro de nuestra literatura porque funda y resume lo que hasta ahora se ha escrito de estos lados”. Se lee en la contratapa.
Juan Carlos Virgilio, además de escritor, es carpintero, hombre de barrio y tanguero. Y vaya que este libro exhibe sus cualidades más valiosas: talento y paciencia del hombre que trabaja la madera; conocimiento y desparpajo de la ciudad que lo abraza, y la pasión y cadencia del tango. Ritmo en cada página que va llevando al lector de la mano.
Virgilo, comenzó a escribir en el 2001, en plena crisis económica. Sus temas son variados y comunes a cualquiera de sus lectores. Dicen que escribe en el patio de su taller, mientras toma mate. En Carpincho, muy diferentes son “Los inmortales” de “Milonga para olvidarla”, por ejemplo; o “Parque Chas”, en el que se explaya como un investigador nato ante el misticismo de un barrio, a “Abdulah”, una historia sobre un fletero y sus sueños. O “Mi aleph”, un cuento de rutinas laborales con reminiscencias a Borges.
Pero personalmente reconozco en “Hipólito tiene mujer” el cuento cumbre de este libro. Una revisión seudo filosófica e irónica del devenir de la pareja, de eso que descargamos y burlamos en el otro, pero todos vivimos. Sabias palabras de aquel que intuye la vida en la precisión que da el trabajo diario con la madera, y en la inquietud de la palabra escrita.
Como en el tango, Virgilo conoce sus pasos y marca el ritmo en la lectura. Ritmo que envuelve y permite dejarse llevar.
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Por: Adriana Morán Sarmiento
Foto: Mailén Albamonte Pizarro
Publicado en la columna #Librosycocina en marzo 2015
Estoy fascinada con su propuesta. Soy una periodista y escritora venezolana y vivo vivo desde hace 18 meses en CABA.
Aquí participo en dos talleres de Narrativa y me encantaría conocerlos