Fernando Quiroz elige un lugar en el mundo desde el cual mirar: el de aquellos que no han sido invitados a la fiesta, pero casi siempre se las arreglan como pueden, aunque, ay, a veces no pueden. Bogotá es solemne en su respeto irrestricto hacia la gente, hacia el perro y aun hacia el noble pargo que habitan estas crónicas; pero justamente ese respeto irrestricto lo preserva de toda solemnidad y de toda canonización biempensante.
No todas las historias tienen final feliz, desde luego. Jairo Gualdrón, por ejemplo, vive en la calle, necesita una sonda para orinar y no puede tener sexo. ¿Qué esperaban? ¿Una de Disney? Si la basura es lo más parecido a la propiedad que tenemos, bueno, haremos con ella un museo. A falta de un shopping donde podamos palpitar la última de Bruce Willis, nos queda el cine de Leonel, para presenciar una nueva reposición de El fuego de mi trasero. Y si alguien cree, por ventura, que su trabajo es poco satisfactorio, bien le vale darse una vuelta por los crematorios del cementerio de Chapinero.
Libros del Náufrago
Buenos Aires