Once furias

once-furiasLiteratura del conurbano sur
Relatos, 2015
83 páginas
$200

 

“Laluf”, Federico Veiga
…Le pregunté quién era el tipo este que contaba chistes (conocía a todos de otras reuniones menos a él). Me contestó, sin despegar los ojos del espectáculo, que era el Turco Laluf. Así. Sin nombre. Solo Turco. Apenas ayer lo había conocido. Le había contado un par de chistes de paraguayos y unas cuantas anécdotas de su férrea militancia en el PJ bonaerense y con eso se había ganado su simpatía y la invitación al asado. Esto había pasado en el nuevo frigorífico que abrió cerca de su casa, donde había comprado la carne para esa noche. Me contó que Laluf era matarife. Él mismo había faenado las vacas y preparado las achuras que estábamos comiendo…

 

“Cuatro minutos”, Anabella Cerrato
…Paso la tarjeta y se va un subte, parece a propósito, me ve venir y me cierra la puerta en la cara. Solo queda esperar el próximo para combinar con la línea C hasta Constitución y de ahí el Roca hasta casa; soy de Lomas. Venir hasta acá al menos fue productivo, pienso. Compré varios libros en los puestos de Parque Centenario y conseguí una versión usada de Tokio Blues de Murakami con el nombre de algún dueño anterior y una dedicatoria; me gustan las cosas con historia. Camino hasta la punta del andén y me asomo, pero no se ve nada. Mientras espero y escucho John Zorn y camino y no pienso, lo veo a él…

 

“Cuando empiecen a gritar”, Enrique Rivas
…Cuando tenía ocho años, unos ladrones entraron a nuestra casa de Avellaneda y nos tuvieron de rehenes toda la noche. Mi viejo estaba trabajando, solo estábamos mi mamá, mi hermana de diez años y yo. Los tipos tenían las caras tapadas con pasamontañas y en sus manos llevaban unas escopetas enormes. Dos de ellos metieron a mi mamá a su habitación y la tuvieron ahí durante un rato. Yo me largué a llorar porque la escuché gritar. Hasta que uno me trató de nenita y me dijo que los hombres no lloran, mientras me refregaba el caño de la escopeta por los mocos que me caían de la nariz…

 

“Veneno y antes”, Pablo Ruocco
…Al comienzo del día, el sol empieza a tomar el envión de la mañana del sábado. Todo hace creer que los Rivieri pasarán este fin de semana en la quinta que, desde hace algunos meses, alquilan en un barrio lleno de tanto verde y tranquilidad, a cuarenta y cinco minutos de su casa. Raúl ya compró mollejas y una tira de asado; suficiente para su familia. Nada mejor que un buen pedazo de carne a la parrilla para disfrutar de un día como este.
Las personas actúan con tanta ligereza porque desconocen las catástrofes que pueden surgir de un simple descuido:
—Emi, mi vida, ¿dónde dejaste el carbón que te mandé a comprar?…

 

“El violador”, Fernando Mancebo
…La matiné había terminado hacía casi dos horas. Sin embargo, aún había adolescentes en la puerta de la remisería. Todas chicas esta vez. Otra vez.
Apolo se bajó del Fiat Idea naranja edición limitada con la bolsita de la farmacia en la mano; adentro de esta seguramente habría un blíster de ibuprofeno para Irene. Presionó el botón de la alarma, esperó a que el auto respondiera y se abrió paso muy delicada y cortésmente por entre el grupo de chicas que se apiñaban frente a la entrada del local…

 

“Imprevisto navideño”, Simone Belmonte
Tras pensarlo unos instantes, finalmente decidí aceptar su propuesta, cuando me ofreció $1000. Quise oponerme, pero era una oferta muy alentadora. Si tenía que perder parte de la noche con mi familia, que hacía tiempo no veía, solo por una estupidez como aquella, por lo menos tenía que valer la pena. Así que ahí estaba, en plena Nochebuena, caminando por las calles de Wilde, vistiendo un estúpido traje rojo que Diego había alquilado para mí…

 

“Éxitos, costumbres, dimensiones”, Giuliano Martuccio
…Te despidieron del trabajo bien remunerado y pasó lo peor que en tu cabeza podría pasar: reventaron la dirección de tu existencia. Estabas aturdido, conflictuado, estabas corrompido. Te dedicaste a contaminar tu cuerpo entonces, la manera económica de aplazar tus desventuras. Para eso besaste la primera botella y después seguiste con otra y con otra y, cuando los alcoholes caros de regalo se acabaron y tu hígado se habituó a destilarse en tus enredos, te fiaste a esos venenos apagados que, por etapas, en poco tiempo, te entumecieron la boca, te agarrotaron los huesos…
 

Editorial SubSur

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