Mario Arregui
Prólogo de Elvio Gandolfo
Cuentos, 2010
150 páginas
Fragmento del cuento «Diego Alonso»
El paisano se miró en el espejo y tendió un billete al peluquero.
—Pa mañana estoy barbudo —murmuró sin dirigirse a nadie—. Son apuradoras pa la barba las noches ‘e velorio… Ninguno de los otros tres hombres demostró haber oído. —Sírvase —dijo el peluquero.
El paisano recibió el vuelto, saludó con timidez, salió. El desconocido pasó a ocupar el sillón.
—Afeitar —dijo—. Una sola pasada.
—Bien—dijo el peluquero, y comenzó a enjabonarlo.
El reloj avanzaba sobre el tiempo; su tic-tac encarnizado aniquilaba los segundos, demolía y con¬sumía los minutos; era la pequeña máquina un pequeño, insaciable monstruo comiendo el tiempo, tragándolo haciéndolo pasar por dentro de él, lo mismo que esas lombrices que avanzan devorando su camino en la tierra. Alonso miraba el suelo, las alpargatas blancas, la colilla humeante que había dejado caer el hombre de negro; veía moverse y trabajar al peluquero; sentía en las sienes y en las muñecas la pulsación de su sangre. La navaja no producía ruido alguno al segar la barba —sin duda flaca y escasa— del enfermizo forastero. La colilla dejó de humear. Poco a poco aumentaba el número de mariposas nocturnas que golpeaban el tubo de la lámpara. El incesante tic-tac trabajaba hábilmente la superficie lisa del silencio. Alonso sentía ganas de fumar pero no lo hacía.
—Bueno —dijo el peluquero.
El desconocido pagó y se fue.
Solos, Alonso y el peluquero quedaron frente a frente. El peluquero, junto al sillón, atareaba las manos en doblar una toalla, y ponía en ello un cuidado desmedido. Sus ojos de vidrio negro —demasiado cercanos entre sí— miraban no a la cara de Alonso sino más bien al aire donde se inscribía la cabeza inmóvil del hombre sentado. Éste, en cambio, sostenía rectamente sus ojos en la cara, en los ojos del otro. Quizá medio minuto pasó así sobre ambos… Al fin, el peluquero depositó en la mesa la toalla, que tal vez fue la que con más esmero dobló en su vida. Alonso se puso de pie y —muy pálido, el rostro como nublado y endurecido en el acatamiento a la voluntad de guapear— avanzó y ocupó el sillón.
—Afeitame —pronunció con voz clara y fría. Y cerró los ojos y apoyó la nuca en el soporte del sillón.
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Mario Arregui Nació el 15 de octubre de 1917 en Trinidad, Flores. En 1935 se trasladó a Montevideo para estudiar Derecho pero no finalizó la carrera. Entre 1945 y 1946 entró en contacto con la corriente literaria que posteriormente sería denominada «generación del 45». Entabló amistad con Juan Carlos Onetti, Francisco Espínola, Carlos Maggi, Ángel Rama y María Inés Silva entre otros. En 1947 contrajo matrimonio con la poetisa Gladys Castelvecch. Por sus temas rurales y cierta entonación oral de sus narraciones, a veces ha sido llamado un criollista, lo que ha sido negado por él mismo.Además de la cincuentena de relatos que escribió, realizó una valiosa labor crítica. Falleció en Montevideo el 8 de febrero de 1985.
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